LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN

LA COMEDIA NEOCLÁSICA

LOS ILUSTRADOS Y SU CRÍTICA DEL TEATRO VIGENTE



Ignacio Luzán
Ya desde las Memorias Literarias de París de Luzán, el sector más progresista de los ilustrados reclama lo que entonces se definía como «reforma» de los teatros, en aquel entonces bajo la autoridad del Consejo de Castilla.

Se concede mucha importancia a la formación del poeta dramático y el de actor o actriz, pues «si se supieran las reglas de la poesía y no se ignoraran los preceptos de la declamación teatral, ni el poeta prodigaría lo extravagante ni el cómico se acogería de lo indecente» .

Como señalaba Samaniego: “No sólo es necesario el decoro de parte de los cómicos, sino también de la de los espectadores. Aunque cada uno concurre a formar este conjunto, este todo que se llama público, tiene como particular la obligación de respetarle y tratarle con circunspección y observar hacia él todas las reglas y atenciones que exija la urbanidad y la buena crianza.

“Todas las personas que acudan a los coliseos guarden la compostura, arreglo, tranquilidad, y buen orden correspondiente en sus acciones y palabras, para no embarazar el entretenimiento y diversión de las representaciones, y que se ejecuten con el decoro que exigen las circunstancias de teatro público presidido por un Magistrado, y la calidad de los espectadores, y a fin de conseguirlo se prohíbe..."
Samaniego
Leandro Fernández de Moratín también considera necesario el cambio: "El estado en que hoy día se halla el teatro español es tal que no hay hombre medianamente instruido que no convenga en la urgente necesidad de su reforma. Los abusos que se han introducido en él nacen en la poca atención que ha merecido al gobierno un objeto tan importante [...] Nadie ignora el poderoso influjo que tiene el teatro en las ideas y costumbres del pueblo: éste no tiene otra escuela ni ejemplos más inmediatos que seguir que los que ve allí, autorizados en cierto modo por la tolerancia de los que gobiernan. Un mal teatro es capaz de perder las costumbres públicas, y cuando éstas llegan a corromperse es muy difícil mantener el imperio legítimo de las leyes, obligándolas a luchar continuamente con una multitud pervertida e ignorante (...) Arreglado y dirigido como corresponde producirá felices efectos no sólo a la ilustración y cultura nacional, sino también a la corrección de las costumbres y, por consecuencia, a la estabilidad del orden civil, que mantiene los estados en la dependencia justa de la suprema autoridad".

Jovellanos
Y lo mismo hace Jovellanos: "La reforma de nuestro teatro debe empezar por el destierro de casi todos los dramas que están sobre la escena. No hablo solamente de aquellos a que en nuestros días se da una necia y bárbara preferencia; de aquellos que aborta una cuadrilla de hambrientos e ignorantes poetucos que, por decirlo así, se han levantado con el imperio de las tablas para desterrar de ellas el decoro, la verosimilitud, el interés, el buen lenguaje, la cortesanía, el chiste cómico y la agudeza castellana. Semejantes monstruos desaparecerán a la primera ojeada que echen sobre la escena la razón y el buen sentido. Hablo también de aquellos justamente celebrados entre nosotros, que algún día sirvieron de modelo a otras naciones y que la porción más cuerda e ilustrada de la nuestra ha visto siempre y ve todavía con entusiasmo y delicia".

Samaniego insistirá en las mismas ideas: “No basta que el teatro instruya, es menester también que pula, y que cultive: quiero decir, que dé buenas máximas de educación y conducta, que enseñe a respetar las clases que componen un estado, que inspire a cada uno el amor a los deberes, que haga conocer cuánto valen en el uso del mundo el decoro, la cortesanía, la afabilidad, y haga apreciar la generosidad, el candor, la veracidad, la buena fe, el recato, el recogimiento, la aplicación al trabajo, y otras mil virtudes civiles, que por lo común tienen en poco los ignorantes y orgullosos.”

Leandro Fernández de Moratín, al criticar las obras que se ofrecían «al vulgo»: "Allí se representan con admirable semejanza la vida y costumbres del populacho más infeliz: taberneros, castañeras, pellejeros, tripicalleros, besugueras, traperos, pillos, rateros, presidiarios y, en suma, las heces asquerosas de los arrabales de Madrid; estos son los personajes de tales piezas. El cigarro, el garito, el puñal, la embriaguez, la disolución, el abandono, todos los vicios juntos, propios de aquella gente, se pintan con coloridos engañosos para exponerlos a la vista del vulgo ignorante, que los aplaude porque se ve retratado en ellos" .